martes, 30 de agosto de 2016
El Exorcista, la mejor película de terror de la historia
Pablo Rioja | León
No, en este caso no es culpa del paso del tiempo y su afán por dulcificar los recuerdos. El Exorcista es, de lejos, la mejor película de terror que he visto jamás. No hay casa encantada, susto inesperado ni efecto de música capaz de acongojar tanto como un filme que, pese al paso de los años, no sólo no queda obsoleto sino que mejora como el buen vino.
Lo de menos es ver una cabeza que gira 180 grados o a una niña vomitando una suerte de puré verde sobre el sacerdote de turno. Aquí lo que atrapa desde el minuto uno es la sensación de que el mal con mayúsculas impregna cada una de las escenas de la cinta dirigida por William Friedkin. Un mal que va más allá de un espíritu cabreado, de la maldición que rodea a una finca, del delirio de una familia. Una ventana encendida en mitad de la noche, una estatua en el desierto o unas simples escaleras son capaces de crear más angustia que todos los títulos que ha regalado al género el fantástico y rompedor cine japonés.
Las incansables pruebas médicas, la caterva de especialistas que tratan a la niña, una llamada telefónica. Todo está medido a la perfección. Todo huele a desasosiego. El policía que trata de resolver un asesinato, el cura que ha perdido la fe (impagable la escena en la que oficia una misa), la madre que se debe a su hija pequeña pero sobre todo a su trabajo como actriz de éxito... Al contrario que otras películas de 'miedo', El Exorcista no escatima en detalles, no da la sensación de que su trama deba avanzar a pasos agigantados en busca de un clímax final donde el espectador pasará por alto cualquier tomadura de pelo del guión.
El horror se personifica constantemente. Horror de un sacerdote incapaz de creer en su propia religión, horror de una madre centrada en su exitosa carrera artística que no acostumbra a pasar demasiado tiempo con su única hija y por supuesto horror de una pequeña que no comprende cómo ha llegado a esa situación. Y como causante de todo ello un enemigo común; el demonio. Asusta más ver cómo el príncipe de la mentira ataca al padre Karras con su propia historia y en especial con el escándalo que le produce la enfermedad y vejez de su madre, que cualquier espasmo de Regan. El 'villano' de esta película es excelso, inteligente como nadie. Su perverso plan no es conquistar el mundo, ni asustar al personal porque esté cabreado. Él tan sólo busca debilitar y hacer dudar a sus víctimas. Las tienta con la razón y una vez entran en el juego trata de destruirlas. Es, al fin y al cabo, la misión del demonio con cualquier ser humano desde el principio de los tiempos, sólo que aquí se envuelve el mal en una de las acciones extraordinarias de este ser espiritual que más impacto pueden causar; la posesión diabólica.
Como muestra El Exorcista, da igual si crees en su existencia o no. Ni la madre ni el padre Karras creen en el demonio como algo real. Pero lo cierto es que ese mal ataca a Regan. Y la ataca de forma extraordinaria porque ella ha abierto una puerta que según los propios exorcistas puede ser causa de posesión diabólica; el espiritismo y más concreto la tabla ouija.
El padre Karras, atormentado una y otra vez por la astucia del demonio, está a punto de perder la cordura en más de una ocasión. Como espectador uno asiste a los continuos ataques que este sacerdote falto de fe recibe. Las frases que la Regan endemoniada le va 'escupiendo' a medida que avanza el exorcismo son sencillamente brillantes. Ese desgaste, esa batalla contra una fuerza superior, calan sin saberlo en cada persona que ha visto la película. De hecho cuantas más veces se visiona más desasosiego crea ese entorno.
Una obra de arte que, 43 años después, continúa viva. Un mal difícil de desenmascarar que se escapa a la soberbia del ser humano. Un enemigo que siempre está dispuesto a presentar batalla. La carga de profundidad de la película es inmensa, muy difícil de superar. Por ello, El Exorcista es, para mí, la gran película de terror de todos los tiempos.
pABLO rIOJA (30-8-2016)
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