Toda historia tiene su principio, su final. Toda leyenda se gesta a base de sufrimiento, de honor, de fortaleza. La de la selección española comenzó a forjarse hace cuatro años, ante Italia sí, porque nada en esta vida es casual, porque todo círculo posee su cuadratura y la nuestra encontró su particular paradoja de penalti, enviando a la red complejos, pesadillas y fracasos. Como casi siempre, el tiempo de ganar se palpaba ya en el corazón patrio, pero esta vez también se abría hueco en la cabeza.
Aquella Eurocopa de Austria y Suiza se inventó que jugando a jugar, a mimar, a saborear la pelota, se podía maravillar a todo un continente, pero sobre todo fue el fiel reflejo de que humildad, sencillez y equipo casan cuando a unos pocos les da por convertir lo raro en normal.
El pasado 10 de junio, varios episodios después, volvía España a enfrentarse con su pasado, como si nada de lo conseguido tuviera aún un gramo de valor, y de nuevo el caprichoso cuento escribía en líneas rojas que la azzurri se tornara fantasma. Allí descubrimos el significado de ser marqués, qué digo marqués, príncipe de Asturias, impávido, sereno ante la crítica, mas necio en sus decisiones. ¡Bendita necedad!
Comenzamos entonces a cocinar un biscotto envenado y, como suele ocurrir en estos casos, los otrora vendedores de humo se bajaron del carro a la espera de un accidente que tarde o temprano habría de llegar. Pero por suerte el postre se sirve al final. Antes, como que no quiere la cosa, nos comimos la cresta y hasta al gallo, 'injustiça' incluida. Casillas y Cesc en un bucle interminable -uno para, el otro asiste, uno para, el otro mete el quinto, uno para...-, Ramos vestido de emperador e Iniesta, mi querido Iniesta, en el papel de antihéroe. ¿Alguien da más?
Pues sí, estos locos bajitos siempre dan más. Y de nuevo Italia, la madre de las batallas, y otra vez la historia llamando a la puerta, nunca les hemos ganado en partido oficial. Entonces, sólo entonces, el fútbol trasciende más allá del espíritu, los corazones palpipan al unísono mientras el desaparecido Xavi llama a la puerta del castillo para convertir la guerra en sinfonía. Cuatro, uno por cada estrella italiana. Y de repente pruebas el biscotto y hasta te gusta.
Toda historia tiene su principio, su final. Toda leyenda se gesta a base de sufrimiento, honor y fortaleza. Sí, hubo dos con tres, sí, puede que nuestro final aún quede lejos.
Y sí, SOMOS LEYENDA.
pABLO rIOJA (2-7-2012)