¿POR QUÉ MI INTERÉS POR EL DEMONIO? | LA PELÍCULA QUE LO CAMBIÓ TODO
Pablo Rioja | León
Recuerdo perfectamente mi primer contacto visual con
'El Exorcista'. Fue durante unas vacaciones familiares en San Pedro del Pinatar. Apenas gastaba mis primeras horas como 'onceañero' y la pandilla de amigos que mi primo y yo habíamos conocido aquel caluroso agosto vino a buscarnos en bici como cada noche. La rutina nos llevaba de puerta en puerta hasta reunirnos todos en torno a juegos de cartas, historias para no dormir y alguna que otra escapada más allá de las fronteras establecidas por los padres para jugar unas partidas en los recreativos. Mi Verano Azul particular.
Pero ese día algo iba a colarse en mi subconsciente de por vida. Mientras esperábamos en el salón a que 'Rober' bajase de su cuarto, escuché cómo su madre nos invitaba insistentemente a esperarle en la calle. Estaban viendo una película de terror no -"apta para menores"- y supongo que no quería problemas con los otros progenitores. El resto de la pandilla salió sin más, pero mi ya creciente obsesión por fijarme en casi todo hizo que girase la cabeza hacia el televisor. Y allí estaba en plena acción, para mi alivio en ninguna escena 'comprometida', pero sólo el hecho de saber que era ese filme del que tantas referencias había escuchado, provocó unos segundos de placer en mi interior y meses de pesadillas nocturnas. Pasarían años hasta que la edad del pavo y un reestreno con imágenes inéditas
lograran que me sentase frente a una butaca para conocer personalmente a Regan y su peculiar forma de dar saltos involuntarios en la cama.
Pese a todo lo que había oído hablar sobre ella desde pequeño, no sabía qué demonios iba a encontrarme, sólo que durante los últimos 20 o 30 minutos de cinta más valía estar acompañado por algún amigo con quien hacerse el machito para quitar tensiones. El impacto fue tal que al terminar corrí como un poseso hasta mi casa, no quería pensar, ni mucho menos mirar hacia atrás, sólo pasar página. Puede que suene exagerado, lo sé, pero después de aquello nada fue igual. Invito a cualquier persona que la haya visto a cerrar los ojos unos segundos e intentar visualizar a esa niña. Su cara, su maldita cara y esa mirada penetrante son imposibles de olvidar.
Como anécdota estúpida contaré que esa noche, en mis sueños, algo terrorífico me despertaba, sobresaltado buscaba el interruptor para encender la luz sin éxito y cuando lo hallaba descubría que no funcionaba, todo permanecía a oscuras. Y así una y otra vez. Es curioso porque en toda pesadilla uno trata desesperadamente de despertarse sin cejar en el empeño hasta que lo logra. Son unos momentos angustiosos en los que eres consciente de que estás teniendo un mal sueño pero no consigues salir. Al despertarme, con la frente empapada en un sudor frío, arrastré mi mano por la pared en busca del maldito interruptor. Otra de las máximas que se repiten, ¿dónde coño está en esos momentos la llave de la luz que el resto de días encuentras mecánicamente con sólo girar el brazo? Nadie lo sabe, pero cuando te levantas asustado lo primero que tu cerebro reclama es luz y los segundos hasta obtenerla parecen siglos. Bien, lo apreté varias veces y... no había luz.
La segunda vez que me enfrenté a
'El Exorcista' fue curiosamente con mi primo, en este caso aprovechando un pase que TVE programó un sábado por la noche. Sería ridículo contar lo que sucedió después, pero entendí que aquella película crea una atmósfera inexplicable de terror psicológico desde el mismo instante en que los títulos de crédito comienzan a sucederse en la pantalla. Sólo el título sugiere temor, ¿a qué? supongo que a un mal siempre presente y sin embargo harto difícil de vislumbrar.
En mi caso, a lo largo de los años, el miedo a una cara demoniaca, a juegos de luces, golpes de música o al morbo de un buen susto fue quedando en un segundo plano.
Importaba, cada vez más, el personaje principal del filme. Un personaje nunca tratado así hasta la fecha en el cine, olvidado por la historia y sobre todo, olvidado por gran parte de la Iglesia Católica. Lo leí en entrevistas al padre
Gabrielle Amorth -exorcista oficial de la Diócesis de Roma- y tuve la suerte de escuchárselo en persona al padre
Juan José Gallego -exorcista oficial de la Diócesis de Barcelona- en la entrevista que le realicé para Diario de León en agosto de 2012; "La gran victoria del demonio en este siglo XXI es haber conseguido que nadie crea en él".
Y es que, más allá de atemorizar a varias generaciones, la película de William Friedkin puso de nuevo en alza el tema de las posesiones y la figura del sacerdote exorcista, denostada y casi olvidada ya. Hoy, 40 años después de que la cinta se estrenase en los cines, tenemos acceso a libros, entrevistas, casos personales, películas, documentales y un sinfín de escritos que al menos alertan sobre un enemigo REAL, cómo se le abre la puerta y los transtornos que es capaz de provocar. Y lo más importante,
dentro de la Iglesia los exorcistas han vuelto a cobrar valor.
En la segunda y tercera parte de este post contaré cómo a raíz de la película me interesé por la figura del demonio, único enemigo del hombre, cómo tuve la suerte de entrevistar al padre Juan José Gallego y, sobre todo, cómo pude contemplar a tres endemoniados cara a cara durante los 15 o 20 minutos más terribles de mi vida hasta hoy.
Acceso directo a la segunda parte del post
(CONTINUARÁ...)
pABLO rIOJA (7-3-2013)