“Tender puentes entre Dios y los hombres”: así se podríamos definir la vida de don Álvaro del Portillo, ingeniero, sacerdote y primer sucesor de San Josemaría Escrivá de Balaguer.
Álvaro del Portillo. Imagen de www.opusdei.es |
Adelaida Sagarra | Burgos
Madrid, 7 de julio de 1935. Un joven de brillante provenir, Álvaro del Portillo, decide regalárselo a Dios. Pide la admisión en el Opus Dei. Será desde entonces un hijo fiel de San Josemaría. Fortaleza, roca en la que Escrivá podrá apoyarse siempre. Ingeniero e ingenioso -experto buscador de recursos para las iniciativas apostólicas- del Portillo es un trabajador incansable. Doctor en Filosofía y Letras con una tesis sobre los descubrimientos en California -somos colegas-; en Derecho Canónico e Ingeniería, tender puentes entre Dios y los hombres fue su trabajo como Sacerdote desde 1944. Aquel niño a quien gustaban los plátanos afirmó rotundamente que de mayor sería torero u obispo. Acabó siendo las dos cosas. Torero, figuradamente: "a mi hijo Álvaro que ha tenido que torear tantos toros", le escribió San Josemaría aludiendo a cómo resolvía las dificultades a capotazos de fe. Obispo, de verdad: primer sucesor de Escrivá y Prelado del Opus Dei. El que había sido buen hijo supo ser buen Padre: el Opus Dei es una Familia universal. Impulsó con generosidad la expansión apostólica en los cinco continentes.
De sus colaboraciones en los trabajos del Concilio Vaticano II otros podrán escribir mejor. Me atrevo, eso sí, a describir, desde mi recuerdo, algunos rasgos de su carácter: discreto, disponible, sereno, humilde, de alegría contagiosa, animante, optimista, entrañable, sobrenatural y divertido. Aquel hombre a quien en seguida se le pasó el entusiasmo humano, supo trabajar toda su vida por amor, que es abnegación. Así, reconvirtió el punto 999 de Camino, "Enamórate y no le dejarás", en "No le dejes y te enamorarás". Como pobre, pacífico, sediento de justicia, perseguido, limpio, sufrido, manso y misericordioso fue Bienaventurado. La providencia de Dios, en uno de sus gestos misteriosos y sugerentes, hizo que celebrara su última Misa en el Cenáculo de Jerusalén. La providencia de Dios en otro de sus gestos misteriosos y sugerentes hizo que viviera en Burgos algunas temporadas: de niño, y después, durante la guerra. En 1938 estuvo destinado en la Academia de Ingenieros de Fuentes Blancas. Subía con sus compañeros a Misa a la Cartuja de Miraflores, santificaba su vida militar y ayudaba en todo a San Josemaría.
El Papa Francisco ha aprobado el milagro -la curación de un bebé chileno- que dará paso a su Beatificación. El anuncio simultáneo de la Canonización de Juan Pablo II y Juan XXIII es también providencial. Gracias, Santo Padre, porque la Iglesia Universal nos sigue proponiendo a los hombres y mujeres de hoy modelos de santidad en medio de la vida corriente, e intercesores para las necesidades perentorias de este mundo nuestro, maravilloso unas veces y dramático otras.
Adelaida Sagarra Gamazo, profesora titular de Historia de América de la Universidad de Burgos
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