jueves, 12 de enero de 2017

Apocalipsis (II), revolución tecnológica


Pablo Rioja | León

He tenido la suerte de nacer en los 80, una generación aún ingenua en cuanto a la avalancha tecnológica que se nos venía encima, que sin embargo todavía tuvo la suerte de empaparse de tradiciones tan tontas y sublimes como cambiar cromos, meterse cada fin de semana en un Cajón desastre o vagar de casa en casa -quemando porteros- para preguntarle a la madre de turno si su hijo podía bajar a jugar.

Nadie, salvo los cuatro frikis con gafas que cada niño tuvo en su clase alguna vez, podía intuir que el Messenger, los chats, una cosa llamada Internet o los teléfonos móviles iban a transformar para siempre nuestra segunda década de vida sin posibilidad de retorno. Una especie de revolución industrial del entretenimiento que hoy sigue su devorador curso sin que ya resulte fácil recordar a ciencia cierta cuándo se coló en nuestro cerebro con premeditación y alevosía. Por cierto, los cuatro frikis con gafas son hoy ingenieros de éxito en alguna gran multinacional.

Hace pocos días leí un artículo muy interesante sobre cómo esta revolución tecnológica no ha sido capaz de generar los puestos de trabajo suficientes ni dar el empuje esperado a la economía mundial que algunos predecían. Lo comparaba con la Revolución Industrial que cambió para siempre el curso de los siglos XVIII, XIX y XX. Ésta última no sólo se inventó un mundo imposible de aventurar, sino que creó riqueza, puestos de trabajo y mucho bienestar a una sociedad ávida de cambios. Sí, es cierto, la revolución tecnológica y las telecomunicaciones han abierto las puertas a toda clase de conocimientos, han derribado fronteras, nos han conectado con medio mundo e incluso nos ha mostrado todo aquello que jamás podríamos imaginar. Pero al mismo tiempo han cortado el cordón umbilical que nos mantenía unidos a una realidad mucho más palpable, no sustentada en la Nube.

No se trata de demonizar la tecnología, ni muchos menos de ser 'poseídos' por una especie de espíritu Amish. Simplemente, al echar la vista atrás agradezco haber formado parte de una de las últimas generaciones que vivió en un mundo virgen de tanto aparato tecnológico. Siento que muchos de ellos han contribuido a la involución de las relaciones humanas. Y eso no deja de ser una forma de atisbar el fin de una época. Una especie de Apocalipsis.

pABLO rIOJA (12/1/2017)

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