lunes, 8 de abril de 2013

SEMANA PARA DES-APASIONARSE

ME ESTOMAGA | PEDRO TAPIA ARTEAGA


Atrás ha quedado la Semana Santa. Ciudades y pueblos con honda raigambre semanasantera dejan en el aíre un aroma dulzón a incienso y cera derretida. En la lejanía ecos de cornetas y tambores. Y en el paladar un regusto a limonada.

Sin entrar en ningún tipo de polémica, o sí, voy a dejar cuatro pinceladas de hechos que ocurren durante estos días y que me hartan.

Por un lado los cientos de publicaciones oficiales, extraoficiales, las que dicen que lo son pero no lo son, las de más o menos calidad y rigor y las chapuceras. Periódicos, televisiones, las revistas de cada cofradía, todas quieren apuntarse el tanto. Y al alcalde y al obispo se les agotan las palabras y los recursos para decir, en el saluda y en las entrevistas, algo diferente. Si nos tuviéramos que hacer con lo que ellos nos dicen…

Me cansan los figurantes, esos que piensan que descubrieron ellos, y sólo ellos, la Semana Santa y que sin su presencia no se conciben estos días. Porque una cosa es que los vivas con mayor o menor entusiasmo y otra cosa es que los hagas tuyos. Un mundo endogámico de abades, seises, secretarios, braceros mayores y otros personajes. Si por ellos fuera creo que quitarían las imágenes de los tronos y se pondrían ellos. O en su defecto procesionar sentados en sillas gestatorias.

En las cofradías compuestas por mujeres o que admiten mujeres me aburre ver a las lolitas quinceañeras de pechos incipientes con la túnica reglamentaria puesta, el móvil de última generación en la mano y corriendo con risas nerviosas en grupos a la caza del Zac Efron o del Justin Bieber de sus sueños.

Me hastían los braceros que no arriman el hombro, que no se comprometen, que cumplen con el trámite de la presentación y se ausentan. Esos que aparecen como sabuesos diez minutos antes de acabar y se matan, si hace falta, por una flor. El mayor trofeo para un papón. Pero sólo cuando se llega con el hombro destrozado y las piernas incapaces de sostener el peso del cuerpo. Esa flor de esfuerzo y sacrificio que se entrega a las personas que quieres.

No soporto ver que abran las procesiones los carritos de vendedores de obleas, como tampoco soporto que las cierren los vendedores de globos hinchados con helio. Van tan pegados a los abades o representantes de las cofradías que parece, desde lejos, que llevan como mitra una figura grotesca.

Y acabo con Genarín. Orgullosos de ser la mejor y casi única procesión profana de España. Hasta en los telediarios se hacen eco de ella. Miles de personas para emborracharse como piojos y hacer apología del alcohol. Para qué vamos a pasear a un investigador, a un científico, a un literato o a un artista insigne. Mucho mejor procesionar a un pellejero amante del orujo y las putas que murió atropellado por el primer camión de basura que hubo en León. Ese fue todo su curriculum. Así nos luce el pelo.

Lo plasmó J. Morgan en una de sus viñetas. Un personaje le dice a otro: - Yo creo que es imposible empeorar más…

Y responde el otro: -Venga, hombre, verás como sí… Hay que ser optimistas.

Me estomaga

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