Pablo Rioja | León
-Eh tío, no te vas a creer lo que acabo de ver-. Me gritó al oído. -No soy tu tío imbécil, cállate ya o alguno de estos zombis terminará por llamar a seguridad para que te manden a tomar por culo-.
-¡Pero es que no oyes lo que te digo!-. Respondió indignado, esperando que el mundo se detuviera ante tal anuncio. -Claro que te he oído cretino. ¿Y qué, está de turismo por aquí?-.
-¿No me crees verdad?-. Preguntó retóricamente mientras la decepción se apoderaba de su ser. -¿Quieres verlo?. Está a sólo dos manzanas de aquí-. "No estaría mal", reflexioné. "Tengo un par de preguntas que me gustaría aclarar con él". Ante su insistencia decidí acompañarlo no sin antes cogerle prestada la cámara a Norber. Lo cierto es que una parte de mí creía a aquel chalado. ¿Y si era cierto?. No habría rotativa capaz de generar los suficientes periódicos ilustrando la noticia.
Corrimos calle abajo, a medida que me iba acercando hacia el supuesto lugar los nervios se hacían más fuertes y visibles. Tragué saliva, pensaba en cómo dirigirme a él. -Pero no sé arameo. ¿Hablará en inglés?. Joder, estoy perdiendo el norte-. Giramos a la derecha, luego a la izquierda y nuevamente a la derecha. Las palabras del supuesto chalado sonaban tan convincentes... sus ojos brillaban como los de quien se topa de bruces con un inmenso tesoro y no consigue dar crédito. De pronto comenzó a correr, no era capaz de seguirle el ritmo, su estela se empequeñecía más y más. Se detuvo de espaldas tras cruzar un paso de peatones en rojo. Tomé aire y mientras caminaba se giró fijando su mirada en mí, pero esta vez me aterró su expresión, sentí como si una flecha atravesara mi mente. Su cara se volvió demoníaca, un coche comenzó a tocar el claxon y entonces... en cuestión de segundos asistí a mi nacimiento, mi primer cumpleaños, mis padres jugando conmigo en el parque, un suspenso, mis borracheras en el río, Marta, sexo, el día que me licencié, mi primer trabajo... gente chillando desesperada, sola, angustia, tristeza, llanto, rechinar de dientes, oscuridad, horror... Y cuando el final se acercaba aparecí en la acera, desconcertado. -Sigamos, está a la vuelta de la esquina-, me indicó. ¿Qué coño había pasado?.
Me levanté, sudaba, no conseguía recordar nada pero olía a miedo. ¿Había estado a punto de morir?. El extraño vidente giró una esquina y yo tras él. Se metió en un callejón estrecho y señalando con el dedo hacia abajo susurró: -Ahí está-. Bajé la cabeza y el estupor, la expectación y el misterio se tornaron en profunda decepción. O mucho había cambiado la historia o Jesucristo no era negro, ni dormía apoyado en un cartón arropado por mantas manchadas de vino. Me sentí el capullo más inocente del planeta. Seguramente ahora tocaba robarme a punta de navaja.
Quise acelerar los trámites de aquel nefasto incidente sacando mi cartera del bolsillo, pero atónito, contemplé cómo de los ojos del presunto timador caían lágrimas mientras miraba a aquel indigente. Entonces, cuando me disponía a recuperar la cordura del mundo, el mendigo me miró y dijo: -¿Acaso no vale más la vida que el alimento?.
Aquella tarde me echaron del periódico, pero sí, me encontré con Jesucristo.
Acceso directo a la primera parte de este relato
Pablo Rioja 6-10-2010
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ResponderEliminarYo soy de la opinión de que escribas historias.todo lo demás fatigo a entenderlo.
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