El enfermero leonés Francisco Requeta durante uno de sus viajes |
EL LEONÉS QUE DOMINÓ EL MUNDO
En mayo de 1989, el enfermero leonés Francisco Requeta se embarcó en el mayor viaje de su historia rumbo a ninguna parte para recorrer cuatro continentes, mochila en mano, a bordo de una 4L y con su inseparable Mariví.
Pablo Rioja | León
Segundos antes de que aquel rudo juez le preguntara con voz tosca si aceptaba a Mariví como esposa, dejó —por primera vez en casi dos años— que fuese su mente la que viajase, y no su cuerpo, y se vio con trece o catorce años jurándose a sí mismo que algún día se casaría en Las Vegas. A 1990 apenas le restaba un mes de vida cuando entonó el sí quiero en el Ayuntamiento de la ciudad de los casinos, vestido de mochilero, sin Elvis, ni iglesia, ni limusina, pero con un corazón provisto para dar amor eterno a su fiel compañera de aventuras. Ella dudó por un momento si ese acto tendría validez, pero el improvisado sacerdote se apresuró a sentenciar que aquel matrimonio era ya real ‘in whole the world’ (En todo el mundo). Mariví respiró aliviada, ‘ya no hay marcha atrás’ —pensó—.
Y es que era precisamente el mundo lo que venía recorriendo Paco Requeta, un enfermero leonés, desde hacía meses. Llegaron a los Estados Unidos después de patear «el país más maravilloso de la Tierra», Nueva Zelanda, pero su peregrinar había comenzado mucho antes, en concreto, el 22 de mayo de 1989.
Salieron de León rumbo a Barcelona con una furgoneta 4L, un millón doscientas mil pesetas en el bolsillo y la única atadura que te impone el paso del tiempo por bandera. «Cruzamos la Costa Azul, Génova, Florencia, Pisa, Venecia… hasta lo que era la antigua Yugoslavia, Croacia, Serbia, Montenegro y entramos en Grecia, Atenas, Alejandrópolis y Turquía, donde nos alojamos en el famoso Londra Camping de Estambul».
Requeta en Las Maldivas en 1997 |
En aquel país «descubrimos la amabilidad, la nobleza y la hombría de los turcos, injustamente tratados en el filme El expreso de medianoche. Se les hizo muy mala prensa y son, con casi total probabilidad, las mejores personas que me he encontrado en la vida. Cuando eres un visitante la gente siempre espera sacar algo a cambio de ti, sin embargo —señala Paco— ellos eran desprendidos hasta más no poder. Recuerdo dejar el coche para dormir, de pronto un chaval salía de la nada, me daba una bolsa con tres o cuatro kilos de melocotones exquisitos y echaba a correr antes de poder darle si quiera las gracias. Lo mismo me ocurrió en Irán y Pakistán, donde una familia nos acogió. Vivían en un alto, era imposible subir tal cuesta con una furgoneta sin tracción a las cuatro ruedas como mi 4L, así que siete de los hijos de aquel patriarca la cogieron casi en volandas y la colocaron junto a la puerta de la casa. En los dos días que nos hospedamos allí trataron de convencerme para que abrazase el Islam ‘pero cómo’, dije… ‘si casi no abrazo a los míos como para acoger esto’. Me enseñaron a comer con las manos y el truco para no mancharse; los codos siempre arriba».
Vista de Ciudad del Cabo desde La Tabla |
Cuando Paco y Mariví prosiguieron su viaje la familia le entregó una especie de papel que acreditaba su pertenencia al clan por si alguien les robaba o asaltaba, algo bastante habitual en la zona. «Si así ocurría, ellos se liarían a tiros con quien fuese necesario porque son clanes muy tribales, muy protectores. Por algunas zonas, para dar un paseo había que contratar un guardaespaldas, fue una sensación muy rara».
Agosto estaba a la vuelta de la esquina. Le llegó el turno a Siria, Jordania y Arabia Saudí, países donde la belleza de un paraje, edificio o reliquia quedaba eclipsada por la sombra del calor. «Habría unos 60 o 65 grados y el único aire acondicionado del vehículo eran sus ventanillas de guillotina. Además debía llevar puesta la calefacción para que el motor no se calentara. Hice 35.000 kilómetros en aquella furgoneta y adelgacé 17 kilos. En el interior sólo llevábamos un cajón con comida y un camping gas».
pABLO rIOJA (27-11-2011)
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