viernes, 17 de agosto de 2012

¿Qué me pongo? Cualquier cosa



Pedro Tapia | León

Me estomaga cómo se viste cierto tipo de gente. Decimos que una persona es elegante cuando tiene distinción, gracia, donaire, buen gusto, cuando es correcto, comedido, discreto. Y el diccionario nos dice que la elegancia es el atributo de ser excepcionalmente eficaz y sencillo.

Pues bien, no me explico cómo puede haber tantas personas con ese dudoso sentido de la estética. Y no me refiero a esos grupos urbanos, góticos, rastas, emos, raperos, punks, mods, frikis, etc. en los que su atuendo forma parte de su estilo de vida. Tampoco estoy pensando en esos en los que por el hecho de ser o estar encasillados en el grupo de intelectuales y/o artistas ya tienen licencia para ir con aspecto descuidado: pelo largo, coleta, barba de unos cuantos días, pantalones amplios y camisetas con alguna leyenda.

O esos otros aventureros, robinsones o reporteros de guerra que van siempre con pantalón, camisa y cazadora de mil bolsos imposibles, cientos de cremalleras y botas de montaña. Ni tan siquiera me refiero a esos que argumentan que lo principal es la comodidad y visten siempre con ropa sport y deportiva. Como que el resto de ropa estuviera reñida con la comodidad.

Los que acuden a mi cabeza son esos en los que todos estamos pensando. Sí, esos. Porque se puede ser joven o mayor, delgado o gordo, hombre o mujer pero por Dios, un poco de decoro. ¡Qué atuendos! ¡Qué colores! ¡Qué combinaciones! ¡Qué permutaciones de n elementos tomados de n en n!.

Y no sólo eso, luego está la confusión. Que no se trata de ser un snob, un transgresor o un excéntrico. Que cada tipo de ropa está diseñada y concebida para cada ocasión.

Nos ponemos unos pantalones cortos, unas sandalias de dedo y sin sonrojarnos nos vamos a un cóctel nocturno. Nos ponemos un chándal y unos zapatos de tacón y nos vamos a hacer la compra al supermercado. Nos ponemos un traje, corbata y una visera roja de la Trasmediterránea y nos vamos a recoger un premio. Nos ponemos un esmoquin y unas zapatillas deportivas y nos vamos de boda. Decía Balzac que el bruto se cubre, el rico se adorna, el fatuo se disfraza y el elegante se viste.

¿Qué me pongo? Cualquier cosa. Y así vamos por la calle.
¿Qué me pongo? Cualquier cosa. Pues hala, un taparrabos, a comer con las manos y dar gritos por la selva.

Me estomaga.

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