lunes, 24 de diciembre de 2012

Cuando la respuesta se encuentra en los cuentos


Pablo Rioja | León

No creo en las casualidades. Hace poco más de un mes que conozco al Padre Javier Martínez, apenas he coincidido con él en tres ocasiones desde entonces y sin embargo la riqueza recibida excede lo normal, lo lógico. Después de nuestro primer encuentro tuvo a bien regalarme 'Cuentos para contar en Navidad', un libro escrito por su padre, Ángel Martínez de Bedoya, donde plasma las historias que solía contarle a sus pequeños en tan señaladas fechas.

Echándole un vistazo, me llamó poderosamente la atención que el primero de esos cuentos se titulase ´La burra y el buey', tan de actualidad después de que el Papa Benedicto XVI haya asegurado que las Sagradas Escrituras no recogen la existencia de ambas figuras. Tristemente la ignorancia y la malicia de algunos colegas de profesión ha hecho que luego se 'desarmase el Belén'. Basta con leer tal relato en la Biblia para confirmar que el Santo Padre dice la verdad, lo que no significa que tan asentados animales no tengan cabida en la tradición popular.

El caso es que días más tarde me animé a leer lo que Martínez Bedoya tenía que decirme sobre la burra y el buey y no puedo por menos que resumirlo, porque esta noche un buen hombre cumplirá 2013 años -año arriba, año abajo- y quiero contar cómo fue su nacimiento desde un punto de vista diferente.

La burra y el buey: (Resumen)

Aquella tarde hacía mucho frío. Ni un hombre o mujer se veía en todo el panorama. Sólo una peluda burra y un rojizo buey, arrimados, casi pegados a un mogote, tratando de sobrevivir al frío invernal. Ambos animales parecían la estampa viva de la soledad y el desamparo. 

Un escalofrío recorrió la tersa piel del rojizo animalote para afirmar después :"Los hombres sólo piensan en ellos y en su propio frío!", y recordó para sus adentros el dolor que, desde muy pequeño, la raza humana le había infligido tras cortarle su fiereza de raza, y después, ya sin fuerzas para rebelarse, la pesadez del yugo que le unía a su compañero o los pinchazos que le propinaba su amo con la guía.

En mitad de aquel frío quedaron impresionados por otra estampa aún más triste, capaz de helar el corazón y poner un nudo en la garganta. Entre la bruma fría pasaron delante de ellos un asno, un hombre que tiraba del ronzal y una mujer embarazada sentada a lomos del animal. 

Mientras burra y buey regresaban al pesebre pensaron en aquella solitaria pareja. Su amo, que no se ocupaba mucho de ellos, tampoco ponía mucho interés en reparar los numerosos agujeros del tejado y de las paredes.

Acurrucados en un rincón, pensaron en cómo aquella pareja estaría disfrutando de un caldo caliente en una de las posadas del pueblo para reposar después en una confortable habitación. Pero en ese momento, se oyó chirriar la puerta y vieron al hombre asomar la cabeza para recorrer con la vista el triste espectáculo del pobre pesebre. Arremolinando un montón de paja, recostó a la dolorida mujer.

Desolados ante tal abandono, la burra y el buey se fueron acercando lentamente. Una vez que el niño hubo nacido, aquellas dos bestias le proporcionaron el primer calor, fuera de su madre, merced al aliento de sus húmedos belfos y sus mojadas pieles.

(Ángel Martínez de Bedoya).

Feliz Navidad a todos. 

pABLO rIOJA 

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