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Pablo Rioja | León
Me interesa el mundo sobrenatural, lo reconozco. Sobre todo aquellos temas relacionados con Cielo, Infierno y Purgatorio. Creo firmemente que el ser humano se debate en una constante guerra espiritual incluso ya desde el seno materno. Considero que hay vida más allá de la muerte física y que nuestro cuerpo no es más que un mero caparazón incapaz de sostener la majestuosidad del alma.
Desde hace años profundizo en los Novísimos, especialmente en lo relacionado con el demonio. No por darle una publicidad inmerecida sino más bien con la intención de contribuir humildemente a desenmascarar algunas de sus acciones. Más de un disgusto me ha costado. Sé que es un cobarde, que jamás va de cara, que todo lo envuelve bajo un halo de 'felicidad' que apesta a podredumbre. También sé que es el príncipe de este mundo y padre de la mentira. He escrito mucho sobre sus acciones extraordinarias en este blog, pero sin embargo pocas veces me he parado a reflexionar sobre sus ataques ordinarios, que son, sin duda, los más peligrosos y los que afectan a todo el mundo sin distinción, se crea o no en su existencia.
Escuchaba hace unos días la predicación de un sacerdote croata que advertía sobre esta acción ordinaria del maligno. "Al final, los casos de posesión demoniaca, infestación o vejación son escasos en comparación a este otro ataque", decía. Al demonio no le gusta ser descubierto, incluso su principal trabajo consiste en hacer creer al mundo que no existe. Y no se le da mal, porque ha convencido a una gran parte de la curia, que se refiere a él como una mera alegoría del mal. Pero no es así. Y no lo digo yo, lo dicen los exorcistas, los expertos en demonología y un tal Jesucristo, entre otros.
Está claro que Jesucristo ya ha vencido a la muerte, a Satanás y a todos sus secuaces, pero mientras haya vida terrenal cada ser humano recibirá sus ataques sibilinos. Todo con el fin último de que neguemos a Dios como lo hizo él iniciando el camino a la perdición del alma. ¿Y cómo es ese ataque ordinario?
Bueno, hay tantos modos como estrellas en el universo. Él "intuye nuestros pensamientos" -como explica el padre Fortea en su libro Summa Daemoniaca-, conoce nuestras debilidades e intenta aprovecharse de ellas para hacernos entrar en el pecado. Obviamente Dios siempre envía la gracia para evitar sus ataques, pero no siempre la acogemos. Ahí entra en juego nuestra libertad.
Resumo un ejemplo que me ponía a mí un 'santo en vida' que ejerce como guía en Medjugorje. "En el mundo de la moda todo es aparentemente glamour, algo inofensivo. Pero el demonio se vale de ella para sembrar el mal. Un simple canon de belleza logra que aquellas jóvenes o niñas que no lo cumplen puedan obsesionarse, contraer enfermedades o ser juzgadas y apartadas por su entorno".
El enemigo siempre nos ataca a través de la razón, como hizo con Adán y Eva. Presenta las cosas como buenas, inofensivas, capaces de ofrecer felicidad al instante. Pero en cuanto caemos en la tentación nos acusa, nos hace ver que no tenemos remedio, que Dios no nos perdonará. Y para el que no cree en Dios simplemente le hace entrar en una espiral de sufrimiento, de desasosiego y de pecado que no sabe explicar. Así es este astuto 'perro encadenado'.
Uno de los mayores venenos que ha sabido inyectar en la razón de miles de personas es el aborto voluntario. Acabar con la vida de seres humanos incluso antes de dar a la luz es 'una victoria' inmensa para Satanás. Las secuelas en las madres, dicen muchos expertos, "son horribles".
La vanidad, como argumentaba el filme 'Pactar con el diablo', es el pecado favorito del demonio. Así, nos hace vernos superiores al otro. Superiores a nuestra mujer, marido, hijos, compañeros de trabajo, familiares, conciudadanos, amigos, etc... Nos aleja de la humildad, arma y virtud primera para ser semejantes a Dios. Te presenta cada día los defectos del prójimo, los amplifica, razona que tú lo harías mejor, que mereces tanto como das, que no se te valora en la justa medida... Y así, aunque en muchos casos no nos falta razón para pensarlo, e incluso estamos en lo cierto, ha sembrado en nosotros su semilla de mal presentando un aparente bien.
Y como viene, se marcha, no sin antes acusarnos. Es verdad que la 'espectacularidad' de algunos sucesos extraordinarios cometidos por el demonio -y permitidos por Dios para un fin mayor- pueden llamar la atención de curiosos o asustar a la persona más cabal. Pero lo que realmente me aterra es el ataque diario que el demonio lanza contra los seres humanos sin que casi nadie repare en ellos, ni mucho menos en su autor.
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pABLO rIOJA (11-8-2015)
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